TERROR EN EL LABORATORIO: DE FRANKENSTEIN AL DOCTOR MOREAU
Hace 200 años, Lord Byron, John Polidori, Percy y Mary Shelley compartieron una lúgubre velada en Villa Diodati. De esta velada surgieron las ideas que se convirtieron en novelas como Frankenstein y que iniciaron el tropo del científico loco
Hace exactamente doscientos años, Lord Byron, John Polidori y Percy y Mary Shelley compartieron una lúgubre velada en Villa Diodati, una mansión a orillas del lago Lemán. La erupción del Monte Tambora en Indonesia había cubierto el cielo con una gruesa capa de cenizas que ocultaba el sol. El clima reflejaba el declive moral de Europa tras las guerras napoleónicas y la sensación de que las ideas luminosas de la Ilustración habían perdido la batalla. Con este clima revuelto, los literatos solo pudieron encerrarse y compartir historias de terror al calor del fuego. En este encuentro se plantó la semilla de obras como Frankenstein o el moderno Prometeo, un clásico de la literatura del siglo XIX y un pilar de la cultura occidental.
La exposición Terror en el laboratorio: de Frankenstein al doctor Moreau celebra el aniversario de esta velada y rastrea el origen de los grandes temas de la ciencia ficción que siguen vigentes en la actualidad: la robótica, la genética y la inteligencia artificial todavía resuenan en campos de investigación científica. Estos asuntos polémicos hunden sus raíces, en muchos casos, en esa imagen fáustica del científico como imagen última del Adán que, por buscar el conocimiento, recibió el castigo de la expulsión del Paraíso. Autores como Shelley, Stevenson, Wells, Hoffmann y Villiers de l’Isle Adam crearon obras imperecederas que inmortalizaron el debate.
Partimos del laboratorio como lugar de creación donde el científico, enajenado, juega a ser Dios con resultados terroríficos encarnados en una criatura antropomorfa que puede ser un monstruo, su doble o un autómata.
Comisariada por Miguel A. Delgado y María Santoyo, la muestra analiza los antecedentes reales detrás de la literatura y explora las derivas iconográficas de los monstruos y las creaciones de los científicos locos en la cultura popular, pulp y underground desde los años 60. Para explorar todas estas ramificaciones, la exposición cuenta con piezas originales de la Filmoteca Española, los Museos Complutenses y varias colecciones privadas inéditas que podrán verse en la segunda planta del Espacio Fundación Telefónica desde el 16 de junio hasta finales de octubre.
Terror en el laboratorio: de Frankenstein al doctor Moreau repasa a fondo seis libros repartidos en tres bloques: el monstruo (Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley y La isla del doctor Moreau de H.G. Wells), el doble (El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson y El hombre invisible de H.G. Wells) y el autómata (El hombre de la arena de E.T.A. Hoffmann y La Eva futura de Auguste Villiers de L’Isle-Adam). Con estos libros, obtenemos una panorámica de los grandes temas del siglo XIX
El monstruo
De aquella noche en Villa Diodati surgieron muchas historias terroríficas, pero ninguna ha dejado la huella de Frankenstein. La novela pionera de Shelley planteaba la analogía entre científico y creador divino, combinando el terror gótico con planteamientos propios de la ciencia ficción moderna. Con Frankenstein nació una figura esencial en la literatura y la cultura popular: la del científico loco, el doctor chiflado, el mad doctor.
A comienzos del siglo XIX, la química y la electricidad eran dos ciencias en pleno desarrollo que parecían capaces de ofrecer respuesta a una pregunta milenaria: ¿cuál es la naturaleza de la vida? Mary Shelley no era ajena a estas corrientes de pensamiento. Su obra se inspiró tanto en el mito de Prometeo, en El paraíso perdido de Milton, en los experimentos de Luigi Galvani con la electricidad en los músculos y en las especulaciones de Erasmus Darwin sobre la reanimación de microorganismos muertos.
Sin embargo, la novela tiene un trasfondo es profundamente moralista, ya que la osadía prometeica de Victor Frankenstein le acarrea terribles consecuencias. La creación de seres artificiales es una invención tan prodigiosa para unos como ofensiva para otros. Un debate de hondas raíces mitológicas y literarias que continúa presente en los laboratorios biogenéticos.
La vivisección fue también otra gran protagonista de la crónica científica del siglo XIX. Las prácticas de François Magendie y Claude Bernard provocaron protestas, pero sus descubrimientos sentaron las bases de la fisiología experimental. Pensadores como Jeremy Bentham o Schopenhauer manifestaron su rechazo, mientras que Darwin declaró sus dudas sobre si la vivisección podría ser tolerada. La isla del doctor Moreau, de H.G.Wells, demuestra que no lo consiguieron y ese debate sigue candente hoy en día.
El Doble
El Doble, el doppelgänger alemán, el gemelo malvado. El romanticismo se interesa especialmente por el fenómeno del doble como materialización del lado oscuro y misterioso del ser humano (lo que Jung llamará la Sombra). De este interés surgen icónicos protagonistas en varias obras literarias de ciencia ficción y literatura fantástica.
Robert Louis Stevenson publica en 1886 El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Quizás uno de los ejemplos literarios más brillantes de doppelgänger, un doble fantasmagórico generado por la escisión del individuo y la encarnación de su ego reprimido. Stevenson se hizo eco de la doble moral propia de la sociedad victoriana, cuyos destacados miembros podían dejarse llevar por los vicios nocturnos (alcohol, violencia, juego, prostitución o drogas). H.G. Wells publica por su parte en 1897 El hombre invisible, una de las principales novelas de ciencia ficción. En El hombre invisible, Wells intenta esbozar un método “realista”: no se limita sólo a la transparencia, sino que también manipula la refracción.
El Autómata
El cuentista E. T. A. Hoffmann recurrió por primera vez a la figura del androide mecánico en su relato Los autómatas, publicado en 1814. Aunque las máquinas que describe aluden a los célebres autómatas fabricados por Jacques de Vaucanson y Wolfgang von Kempelen ya en el siglo XVIII. El romanticismo recuperó el interés por esta tradición y sus derivas sobrenaturales, hazañas alquímicas como el “hombre de hierro” de Alberto Magno o la “cabeza parlante” de Roger Bacon. En El hombre de la arena, la autómata Olimpia se describe como una criatura semimágica, un artefacto indistinguible de un ser humano pero carente de alma, una marioneta viva.
El siglo XIX conoció una variante del autómata: la mujer artificial. El Edison real intentaría llevar a cabo, a pequeña escala, lo que el Edison ficticio lograba (como personaje de ficción) en La Eva futura: construir una máquina capaz de reproducir fielmente el aspecto y el comportamiento humanos. En su caso fueron unas muñecas parlantes que se quiso comercializar, un clamoroso fracaso debido a que las niñas se asustaban del aspecto siniestro de los pesados juguetes y de las voces más parecidas a psicofonías que surgían de sus pechos. En otro campo totalmente distinto, la introducción del caucho y otros materiales blandos y flexibles permitió la fabricación industrial de juguetes eróticos, incluidos cuerpos femeninos completos. Se ofrecían en catálogos de “tecnología pornográfica”, en palabras del sexólogo Iwan Bloch, e hicieron posible la consecución de la fantasía de la mujer totalmente sumisa y receptiva a satisfacer cualquier capricho sexual, el mito último representado por la andreida Hadaly de Villiers. La novela de ciencia ficción simbolista escrita por el autor francés Auguste Villiers de l’Isle-Adam y publicada en 1886, es conocida también por popularizar el término androide.
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